La hematología es una disciplina médica fundamental durante la gestación, ya que el embarazo conlleva profundos cambios en la fisiología hematológica materna. Estos cambios, aunque en su mayoría adaptativos, pueden complicarse o enmascarar patologías subyacentes que requieren una vigilancia cuidadosa por parte de matronas, obstetras y hematólogos. Comprender estas variaciones es esencial para garantizar un seguimiento clínico adecuado y una intervención oportuna en caso de desviaciones patológicas.
Durante el embarazo, el sistema hematopoyético experimenta una expansión significativa para cubrir las demandas tanto maternas como fetales. La volemia aumenta aproximadamente un 40-50%, alcanzando su máximo alrededor de la semana 32 de gestación. Este incremento no es homogéneo: el plasma aumenta más que los eritrocitos, lo que produce una hemodilución fisiológica conocida como anemia del embarazo. Esta condición se manifiesta por una reducción de la concentración de hemoglobina, aunque el volumen total de eritrocitos está aumentado. Esta pseudoanemia debe diferenciarse de la anemia ferropénica o de otras etiologías que sí representan un riesgo materno-fetal.
El hierro, indispensable para la eritropoyesis, se convierte en un micronutriente crítico. La demanda diaria de hierro puede alcanzar hasta 6 mg en el tercer trimestre, una cifra muy superior a la capacidad de absorción basal. Este desbalance explica la alta prevalencia de anemia ferropénica en gestantes. Las reservas de ferritina suelen estar disminuidas ya desde el segundo trimestre, lo que justifica el cribado rutinario y la suplementación profiláctica en muchas guías clínicas. Además, es importante tener en cuenta que los parámetros de laboratorio varían durante el embarazo: la concentración de ferritina disminuye por el efecto de la hemodilución, mientras que los niveles de transferrina aumentan, reflejando una necesidad creciente de movilización del hierro.
Desde el punto de vista leucocitario, también se observan modificaciones significativas. Es común una leucocitosis fisiológica, con cifras de leucocitos que pueden alcanzar los 15.000/mm³ sin evidencia de infección. Este fenómeno se debe a un aumento de neutrófilos circulantes inducido por el estrés hormonal de la gestación, particularmente por la acción de los estrógenos y el cortisol. La presencia de leucocitosis sin signos clínicos de infección no debe ser motivo de alarma, pero sí de contextualización cuidadosa. Por otra parte, los linfocitos tienden a mantenerse estables o ligeramente disminuidos, una adaptación inmunológica para favorecer la tolerancia inmunitaria hacia el feto.
Otro aspecto crítico es la coagulación. El embarazo es un estado de hipercoagulabilidad, una adaptación evolutiva que protege frente a hemorragias durante el parto pero que incrementa el riesgo trombótico. Este estado se caracteriza por un aumento de factores procoagulantes como el fibrinógeno y los factores VII, VIII y X, así como por una disminución de los inhibidores naturales de la coagulación, como la proteína S. La actividad fibrinolítica también se encuentra reducida. Este desequilibrio entre coagulación y fibrinólisis implica que las gestantes tienen entre 5 y 6 veces más riesgo de desarrollar una trombosis venosa profunda en comparación con mujeres no embarazadas. La valoración del riesgo trombótico debe incluir antecedentes personales y familiares, presencia de trombofilias hereditarias o adquiridas, y situaciones clínicas como la cesárea, la inmovilización prolongada o la obesidad.
Hematopatologías frecuentes durante el embarazo: diagnóstico diferencial y manejo
La anemia sigue siendo la alteración hematológica más frecuente durante la gestación. Aunque la anemia ferropénica representa el mayor porcentaje de casos, es fundamental descartar otras causas como la anemia megaloblástica por déficit de ácido fólico o vitamina B12, la anemia hemolítica autoinmune, o incluso síndromes más raros como las hemoglobinopatías. En mujeres con antecedentes de talasemia o rasgo falciforme, el embarazo puede descompensar clínicamente enfermedades previamente silentes. En estos casos, el diagnóstico se basa en estudios de electroforesis de hemoglobina y análisis genéticos, siendo indispensable un enfoque multidisciplinar para planificar el seguimiento perinatal.
Las plaquetas también muestran alteraciones características en el embarazo. La trombocitopenia gestacional es una condición benigna y autolimitada, presente hasta en un 7-10% de las embarazadas. Se caracteriza por cifras de plaquetas ligeramente disminuidas (normalmente por encima de 100.000/mm³) sin repercusión clínica ni evidencia de otras enfermedades hematológicas. Sin embargo, es fundamental diferenciarla de patologías más graves como la púrpura trombocitopénica idiopática (PTI), el síndrome HELLP (Hemólisis, Elevación de enzimas hepáticas, y Bajo recuento de Plaquetas), o la preeclampsia severa. La monitorización secuencial del hemograma, junto con marcadores de función hepática y pruebas de coagulación, es clave para establecer el diagnóstico diferencial.
En cuanto a las trombofilias, su diagnóstico durante el embarazo plantea múltiples retos. La gestación modifica muchas variables del estudio trombofílico, por lo que en ocasiones es preferible posponer el análisis hasta el puerperio. No obstante, en pacientes con abortos recurrentes, antecedentes de trombosis o pérdida fetal intraútero sin causa aparente, se recomienda un estudio específico. El síndrome antifosfolípido es una entidad inmunológica relevante en este contexto, y su manejo requiere anticoagulación con heparina de bajo peso molecular y, en muchos casos, ácido acetilsalicílico a dosis bajas.
La relación entre las alteraciones hematológicas y el bienestar fetal es estrecha. La anemia materna severa se ha asociado con bajo peso al nacer, parto prematuro y alteraciones del desarrollo neurológico fetal. Asimismo, los eventos trombóticos pueden comprometer la perfusión placentaria y derivar en restricción del crecimiento intrauterino o incluso muerte fetal. Por ello, la vigilancia activa de los parámetros hematológicos es una herramienta esencial dentro del seguimiento obstétrico. La matrona, como profesional clave en la atención prenatal, desempeña un papel central en la detección precoz de estas alteraciones, la educación sanitaria sobre el cumplimiento terapéutico y la coordinación con el resto del equipo asistencial.